APEGO Y VÍNCULOS AFECTIVOS DESDE LA INFANCIA A LA EDAD ADULTA.

Las personas somos y nos desarrollamos en relación a otras y necesitamos de estos vínculos en todas las etapas de nuestro ciclo vital, en especial en la infancia con nuestras figuras de apego, generalmente nuestro padre y/o madre o cuidadores/as principales. El sistema de apego, conceptualizado por John Bowlby, hace referencia a “la evidente tendencia de los seres humanos a crear fuertes lazos afectivos con determinadas personas en particular”, y su función principal es la de generar una sensación básica de seguridad que nos permita movernos en nuestro entorno. El sistema de apego es innato y lleva al niño o la niña a buscar la proximidad a su figura de apego, especialmente en situaciones estresantes.

Las intervenciones basadas en «El círculo de seguridad´´ (Hoffman, Cooper y Powell), explican de forma gráfica el funcionamiento del sistema de apego y la interacción entre niño/a y cuidador/a. La figura de apego funciona como:

  • Base segura: proporciona la seguridad necesaria para que el niño o la niña explore su entorno físico y emocional.
  • Refugio seguro: aporta el consuelo y regulación cuando hay una situación amenazante en esa exploración.

Teniendo en cuenta esto, el estilo de apego entre un cuidador o una cuidadora y el/la niño/a puede ser:

  • Apego seguro: la figura de apego ejerce como base segura favoreciendo la exploración del niño o la niña, y como refugio seguro, al brindarle protección y calma en caso de amenaza en el transcurso de la exploración.
  • Apego evitativo: la figura de apego favorece la exploración siendo una buena base segura, pero no calma o recoge al niño o la niña cuando siente una amenaza (por ejemplo, no dándole importancia o ignorándole).
  • Apego ansioso: la figura de apego es un buen refugio seguro pero dificulta la exploración (por ejemplo, no dejándole jugar en el parque sin estar a su lado).

En el seno de estas relaciones, cuando son seguras, no sentimos cuidados/as, seguros/as, personas dignas de ser amadas, generamos un auto-concepto positivo y confianza en nuestras habilidades, aprendemos a buscar la proximidad cuando la necesitamos, pero también a separarnos y mantener nuestra individualidad.

En la edad adulta, ya no necesitamos la misma disponibilidad y accesibilidad de nuestras figuras de apego y aparecen nuevos vínculos afectivos que pueden cumplir con características similares y convertirse en nuevas figuras de apego, como puede ser una amistad, otra persona de la familia o, especialmente, una pareja. Trasladamos nuestros patrones relacionales aprendidos en la infancia a estas nuevas relaciones, al mismo tiempo que estos nuevos vínculos siguen modulando nuestra forma de relacionarnos con otras personas, así como nuestra percepción del mundo y de uno/a mismo/a.

Una diferencia esencial entre los vínculos de apego en la infancia y la edad adulta, es que en la infancia, la figura de apego aporta cuidados y apoyo al niño o la niña, es decir, es una relación asimétrica en la que hay una persona cuidadora y otra cuidada, el niño o la niña (o así es como debería ser). En la edad adulta la relación es recíproca, ambos miembros de la relación (ya sea de pareja, amistad, etc.) dan y reciben apoyo, atención y seguridad, ambas personas son figura de apego para la otra. Otra diferencia es que en la infancia, el niño o la niña necesita de sus figuras de apego para sobrevivir en su entorno, incluso cuando son figuras amenazantes necesitamos de sus cuidados y protección. En la adultez, ya no necesitamos esto, aunque a veces actuamos como si así lo fuese, manteniéndonos en relaciones que nos hacen daño. Como personas adultas, podemos elegir y fomentar relaciones seguras y saludables, y dejar aquellas que nos dañan. Contar con vínculos afectivos saludables en nuestra vida es un tesoro a cuidar y mantener.

Contar con vínculos afectivos saludables es un gran tesoro porque:

  • Aparecen emociones positivas y agradables cuando estamos cerca de nuestra figura de apego u otro vínculo importante.
  • La proximidad, cuidado y aceptación que recibimos de nuestra figura de apego, afecta positivamente a nuestro autoconcepto.
  • Una relación de apego proporciona soporte afectivo y emocional.
  • Aumenta la sensación de seguridad para iniciar actividades de exploración, tomar decisiones difíciles, afrontar retos o tomar iniciativas, cuando contamos con una figura de apego segura.
  • La sensación de conexión y de pertenencia aumenta.

«Apego adulto´´, Judith Feener y Patricia Noller, «El apego en psicoterapia´´, David J. Wallin, y «Apego y desarrollo´´, F. Atger y A. Guedeney.